Toda mi vida escribí.
Toda mi vida fué pegada a la hoja. A puño y letra (que es horrible y que nadie nunca entiende)
De adolescente a una vieja maquina de escribir de una amiga que me llevé de san Telmo a Recoleta al pedido de: – ¿Me la prestás Sonia?, te juro que te la re cuido.
Los libros me aceleran el corazón, la lectura me fertilizó la mente cuando no tenía muchas opciones para hacer.
Clase media: o leés libros o te pegás el embole del mundo. No había computadoras y unos pocos tenían teléfono así que la comunicación en vez de ser con otros era con tu propia cabeza.
Ahora llego a la conclusión de que la enorme cantidad de rateadas tenia un justificativo jeje.. los adolescentes de ahora ni deben saber lo que es ratearse no? digo, con tanta tecnologia que los entretiene para que andar buscando emociones afuera no?
Que trizte, lo que se están perdiendo.
Una vez se organizo un concurso literario en el colegio secundario al que iba y dije: – Me voy a presentar.
Estuve 2 semanas encerrada en mi casa escribiendo un cuento llamado «Confesión». Salia del colegio y me iba a casa. De casa al colegio, del colegio a casa. Caminaba las 10 cuadras que me separaban del Dr. Bermejo en Riobamba y Lavalle pensando en los pesonajes y sus interacciones. Llegaba a casa y tacatacatacatacatacataca.
Nunca lo presenté. Me cagué toda.
Cuando leí el que habia ganado el premio me pareció una cursileria pedorra y pensé: – Le hubiera ganado por 40 kmtrs. de diferencia… pedorradas con rima de gente que escribe ganzadas y dice que es escritor.
Si me hubiera presentado.
Otro más ahí guardado, añejandose entre los demás cuentos que fueron apareciendo.
– Me tenés que traer la máquina Vivi, es de mi tío que me la pidió.
La puta que te parió Sonia, seguro que tu mamá (que no me quería vaya a saber por que) te dijo que me la pidas.. vieja roñosa maldita.
Metéte la maquina en el culo, yo voy a escribir a puño y letra. Ya tenia mis ñañas de escritora.
Hoja rayada y lapiz negro. Nada de tintas.
Debe haber por ahí cuentos incompletos sin terminar..
Al terminar el secundario me apagué. No tuve más ganas de escribir. No sé.
Algo se fué. Me harté de que me presionen para ser escritora, para seguir la carrera en Filosofia y Letras, no puedo soportar que me presionen.
Algo se apagó, se desvaneció, lo mismo que no estaba cuando me preguntaban – ¿ Che no escribis más ?
Y no.
No.
La inspiración del escritor es algo que tardás años en domesticar.
Una palabra o una imagen y sale a chorros de la cabeza una historia.
Es como un disparador que no sabes ni cuando ni donde aparece.
Es como un amor inestable, de esos que están entre «no somos nada» y «somos».
Te tiene confundida, no sabes si irte y mandar todo al carajo o quedarte esperando.
Vas y venis mil veces, por las dudas volvés.
Bueno, es asi. Y así era en mi caso.
Lo que sucedió en los años en que mis dedos no tocaron un teclado (mas o menos 1 década) fué una alimentación para mi inspiración.
Estudié, trabajé, leí leí leí leí de todo (sigo leyendo de todo), aprendí a bailar de todo y descubrí el TANGO ❤
Tic.
Se prendió la maquinaria. Se encendieron las luces, el escritorio estaba ahí todo empolvado con la hoja y el lapiz encima.
Todo estaba como lo dejé años atrás.
Soplé el polvo y puse mi notebook encima. En una década la tecnología fué viral.
Cuando ando por la ciudad y leo una placa que reza «Aquí vivió el escritor Sarlanga de Zaraza» ganador del premio «lalala», pienso:
Es hora de presentarme.