El arte de ajustar

En una de mis clases guiadas como practicante (humilde y novata practicante) estaba exhausta por haber realizado sirsana cuando al reincorporarme de balasana una practicante nueva, en su 2da. o 3era. clase me toca el hombro y me dice:
– Disculpáme, ¿me ayudás?
Fué veloz como la luz esa sensación que sentí en sus ojos y en su voz que me sonó más a rezo, a súplica.
Ayudáme.
Uno de los actos más nobles es el de pedir ayuda. Pasamos la vida esperando que las personas “se den cuenta” que la precisamos muchas veces, tardamos en aprender a pedirla. Ella, me lo había dicho sin vueltas.
Durante este año en que todavía soy una practicante, he sentido, he descubierto (mejor dicho), la importancia del ajuste en mi propio cuerpo. Es clave la visión y la colaboración de mis instructores en mis posturas. Me han sacado como con una soga de un pozo lleno de tensión y oscuridad para guiarme hacia la luz de la correcta relajación combinada con la fluidez de mi respiración que permite pasar por mis pulmones, boca, paladar, estómago y riega desbocadamente como un río, como un balde de agua que se vuelva accidentalmente, mi sistema respiratorio liberándome del bloqueo que durante, tal vez, segundos, me hizo sentir la mujer contorsionista ashtangui.
La sensación, la recepción de tocar un cuerpo ajeno vá mucho, pero mucho más allá del simple ajuste.
De bebé los primero contactos físicos que recibimos son de nuestra madre que con caricias y mediante sus manos logra comunicarnos todo lo relativo a la vida: amamantarnos, cambiarnos el pañal limpiándonos, bañarnos, etc. Luego el amor es la excusa que nos acerca a un abrazo, a un beso, a dormir juntos, a nuestras mascotas, a nuestros seres cercanos, el tacto, el contacto fisico es un portal al otro, a su cuerpo a su propio territorio limitado por la piel.
Mediante el contacto físico podemos sentir incluso el dolor ajeno. Nos damos cuenta, como cuando alguien está pasando un momento duro, como cuando nuestras mascotas, hijos, amigos no se sienten bien.
En mi caso, cuando bailo ese contacto físico lo amplifico. Comparto el abrazar a un hombre para poder sentir, percibir su intención e ir juntos, pero, en ashtanga este contacto es algo que no encontré igualar con todo, absolutamente todo lo que hago.
Cuando hay un ajuste en ashtanga hay un ser que pide AYUDA. De alguna forma precisa que otro ser más experimentado lo salve de ese pozo o túnel en el que está atascado para poder avanzar en su práctica, en su cuerpo, en los límites de su piel que muchas veces tira como un lienzo que amenaza con rasgarse.
Los ajustes en la práctica de ashtanga vinyasa yoga son un acto de amor, un acto casi casi imperceptible y pequeñísimo de amor, de cuidado. Muchas veces se pierde esta percepción pero si quieren encontrarla bastará con que miren al practicante que ha salido de ese pozo de ese túnel y verán la felicidad y el agradecimiento en ellos. De alguna forma la verán.
Los ajustes en la práctica de ashtanga no son sólo técnicos, son mensajes entre un instructor o practicantes que rezan compania, ayuda, sostén, protección.
El camino del aprendizaje reza que es por el sendero de Mysore (la práctica individual) pero ese camino lleva un guía que nos endereza de un ajuste al camino cuando pareciera que se ramifica en muchos otros y nos sentimos confundidos.
La practicante me miró, noté ese pedido de ayuda en sus ojos y en su sonrisa tímida, entonces levantándome dije: – Hacé sirsana, no te vas a caer, yo estoy acá para tenerte…
Ella se concentró, jugando como una niña probó siguiendo las indicaciones que el instructor había impartido, cuando la completo, llegando con los dedos de sus pies a mis manos que los tocaron en señal de “presencia”, “acá estoy”, “te estoy cuidando, experimentá”, pude sentir como su confianza se había depositado en mí, ella no habló, mantuvo sus respiraciones y cuando regresó, casi en balasana me miró y desde ese mat, toda despeinada y colorada, con una sonrisa luminosa me dijo:
– Gracias
Y emocionada por el intercambio tan bello que habíamos tenido le contesté lo mismo.
Volví a terminar mi practica meditando agradecida por el regalo de haber podido ayudar a alguien aunque ese día hubiera sido en una clase de ashtanga, a una practicante, en una asana.
VGG